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Bajo el cielo Azteca: Las crónicas de un reencuentro

I. La llegada al país Azteca

Catedral Metropolitana de la Ciudad de México con la bandera nacional al atardecer, vista desde el ZócaloEl viaje había comenzado, y con él, una nueva aventura. Mientras el avión surcaba los cielos rumbo a Ciudad de México, me sumía en pensamientos cargados de expectativa y emoción. Este no era un viaje cualquiera; era una reunión largamente esperada con mi madre y mi hermano, después de varios años de comunicarnos exclusivamente a través de pantallas. La temporada navideña era el escenario perfecto para este reencuentro, aunque el hecho de que regresara el 31 de diciembre para recibir el año nuevo en Colombia con mi pareja agregaba un toque de melancolía. Su ausencia en este viaje se sentía profundamente, una de esas ausencias que colorean las alegrías con un leve matiz de tristeza. El nerviosismo también estaba presente. Sabía de historias de compatriotas a los que se les había negado la entrada a México, por lo que me aseguré de estar preparado: una carpeta llena de documentos necesarios y un conocimiento exhaustivo de los requisitos migratorios. Aunque los colombianos no necesitan visa para ingresar, las exigencias documentales pueden ser abrumadoras. Mi experiencia previa viajando a Europa y el Caribe me daba algo de confianza, pero los aeropuertos siempre son un terreno impredecible. Afortunadamente, la suerte estuvo de mi lado desde el principio. El vuelo no iba lleno, lo que me permitió disfrutar de algo de espacio extra y, para mi alegría, un segundo plato de comida gracias a las sobras del servicio. Alimentarme bien siempre hace que los vuelos sean más llevaderos, incluso cuando son relativamente cortos como este de cinco horas. El aterrizaje en el Aeropuerto Internacional Benito Juárez, que lleva el nombre del legendario presidente mexicano, marcó el comienzo oficial de mi aventura. La vista de la ciudad desde el aire era impresionante: un enjambre interminable de luces que parecía desafiar al horizonte mismo. En el aeropuerto, mi madre esperaba con ansias. Imaginaba el momento de abrazarla, la calidez de su abrazo deshaciendo los años de distancia en un instante. El viaje al apartamento también tenía su cuota de emoción. Mi hermano menor, que creía que llegaría tres días después, no tenía idea de que aparecería justo a tiempo para celebrar su cumpleaños. Era una sorpresa cuidadosamente planeada, una pequeña complicidad entre mi madre y yo para hacer ese día inolvidable. Me imaginaba su expresión al verme aparecer por la puerta y cómo esa reunión inesperada podría ser el mejor regalo de todos. Esa primera noche en Ciudad de México prometía estar cargada de emociones. Habría risas, conversaciones interminables y esa conexión indescriptible que solo se siente al estar cara a cara con quienes amas. Después de tanto tiempo separados, las palabras fluirían con naturalidad, y los silencios, lejos de ser incómodos, serían momentos para disfrutar la presencia mutua. Más que un reencuentro, sería un regreso al hogar, al calor de una familia que, pese a la distancia y el tiempo, seguía siendo mi refugio más seguro. La llegada al país Azteca no solo marcó el inicio de unas vacaciones, sino también un reencuentro con mis raíces, mis afectos y, en cierta medida, conmigo mismo. La promesa de descubrir o redescubrir México estaba allí, esperando, llena de colores, sabores y emociones que, como yo descubriría pronto, harían de este viaje una experiencia inolvidable.

Interior de bar tradicional en el Salón Tenampa en la Plaza Garibaldi, Ciudad de México, con papel picado colgante y una amplia selección de botellas de tequilaII. Primera noche en Ciudad de México

Mi llegada a México no podría haber sido más espectacular. Al descender del avión, fui recibido con la calidez de mi madre y su pareja, cuyas sonrisas reflejaban la emoción del reencuentro. Desde el aeropuerto, nos dirigimos directamente a la icónica Plaza Garibaldi, un lugar impregnado de historia y tradición que prometía sumergirme en el alma musical y festiva de México. Bautizada en honor a Giuseppe Garibaldi, un héroe de origen italiano cuyo nieto había defendido a México durante la intervención estadounidense de 1914, la plaza es mucho más que un punto de encuentro. En este lugar vibrante y pintoresco, los mariachis se han congregado desde el siglo XX para ofrecer su música al público, convirtiéndolo en un epicentro de cultura y alegría. La atmósfera nocturna estaba cargada de energía: las guitarras, trompetas y voces resonaban al unísono, creando una sinfonía que parecía envolver cada rincón. Visitamos el legendario Salón Tenampa, un lugar que desde su inauguración en 1925 ha sido un emblema de la Ciudad de México. Fundado por Juan Indalecio Hernández Rojas y nombrado en honor a un pueblo de Veracruz, el salón es reconocido por popularizar el mariachi y ser un bastión de la tradición mexicana. Sentado en sus mesas, rodeado de murales que narran historias de antaño, me dejé llevar por la experiencia más auténtica que uno podría imaginar. Allí, degusté una exquisita birria, un caldo profundo y aromático con carne de chivo, cuyo sabor me transportó directamente al corazón de la cocina tradicional mexicana. Los tragos no tardaron en aparecer: probé una selección de tequilas que parecía interminable, cada uno más refinado que el anterior, y hasta me aventuré con un trago de mezcal, cuyo sabor ahumado me sorprendía con cada sorbo. Mientras tanto, un grupo de mariachis rodeó nuestra mesa. Sus canciones eran una celebración de la vida y la pasión; nosotros cantábamos con ellos, nuestras voces entrelazadas con la música en un momento que se sentía eterno. Al finalizar esta experiencia única, regresamos a casa. La sorpresa no había terminado: desperté a mi hermano menor para desearle un feliz cumpleaños. Su expresión somnolienta se transformó rápidamente en alegría al verme. Continuamos la celebración en la intimidad del hogar, compartiendo historias, risas y unos tragos más. La noche se extendió hasta el amanecer, y aunque el sueño comenzaba a hacerse sentir, el calor de nuestra reunión hizo que cada minuto valiera la pena. Esa primera noche en Ciudad de México fue mágica, un inicio que marcó el tono de lo que sería un viaje inolvidable. Entre la música, los sabores y la familia, experimenté una bienvenida que me recordó lo poderoso que es el acto de compartir y celebrar las tradiciones que nos unen.

III. Zoo del Parque de Chapultepec

Sendero rodeado de árboles junto al lago en el Parque de Chapultepec, Ciudad de MéxicoEn los días posteriores a mi llegada, el Parque de Chapultepec se convirtió en nuestro destino. Este vasto y legendario espacio, uno de los más grandes y antiguos del mundo, guarda en sus senderos una riqueza histórica y natural que resulta imposible ignorar. Su magnitud, un oasis de verde que parece interminable, me envolvió en una sensación de calma y asombro. A cada paso, se desdibujaban los ruidos de la metrópolis, reemplazados por el susurro del viento entre los árboles y el canto de las aves. Este parque, considerado sagrado por los Mexicas, fue transformado durante la época colonial en un espacio recreativo y residencial para los virreyes. Posteriormente, se convirtió en un lugar público que ahora recibe a miles de visitantes. Su nombre, "Chapultepec", proviene del náhuatl y significa "cerro del chapulín", una referencia que cobra sentido al observar su paisaje ondulante. Una de las joyas del parque es el majestuoso Castillo de Chapultepec, que se alza imponente en la cima de una colina. No obstante, la atracción principal para mí ese día fue el Zoológico de Chapultepec, un lugar cargado de historia y biodiversidad, inaugurado en 1924 y considerado uno de los más importantes de América Latina. Acompañado de mi hermano y uno de sus amigos, pasamos el día recorriendo este refugio animal. Aunque algunas de las especies más icónicas, como el panda gigante y el león, no estaban a la vista, la diversidad que se desplegaba ante nosotros era impresionante. Desde majestuosos felinos hasta aves de colores vibrantes, cada exhibición parecía transportarnos a un rincón diferente del planeta. La jornada estuvo marcada por la fascinación y el descubrimiento, pero también por la extenuación. Horas de caminata nos llevaron a explorar gran parte del parque, pero también dejaron nuestras piernas doloridas al final del día. Sin embargo, esa sensación de cansancio físico quedó eclipsada por la satisfacción de haber vivido una experiencia tan enriquecedora. Regresamos a casa con el eco de los recuerdos frescos y las conversaciones compartidas durante el paseo. El Parque de Chapultepec, con su mezcla de historia, naturaleza y vida animal, me dejó una impresión profunda. Este día no solo fue un recorrido por sus senderos, sino también una invitación a reflexionar sobre la belleza y la importancia de conservar espacios como este, donde la humanidad y la naturaleza se encuentran en armonía.

Estatua dorada del Ángel de la Independencia en Ciudad de México con un cielo nublado de fondoIV. Parque de Chapultepec y Avenida reforma

Dos días después de mi visita al zoológico, decidí regresar al Parque de Chapultepec, esta vez en solitario. La experiencia de recorrerlo a mi propio ritmo me permitió apreciar cada detalle con una calma diferente. La inmensidad del parque se desplegaba ante mí como un vasto lienzo de naturaleza y cultura, ofreciendo rincones inexplorados que ansiaba descubrir. Mi primera parada fue el lago, donde decenas de personas disfrutaban de paseos en botes que podían rentarse para recorrer sus tranquilas aguas. La escena tenía una serenidad casi hipnótica: el reflejo del cielo sobre la superficie, las risas lejanas de quienes remaban y el vaivén acompasado de los pequeños barcos creaban una atmósfera de paz absoluta. Desde allí, continué hacia el jardín botánico, un oasis dentro del propio parque. La diversidad de flora era impresionante, con una colección de plantas exóticas y autóctonas que resaltaban por su colorido y singularidad. Lo que más captó mi atención fueron los cactus, cuyas formas variaban desde las espinosas estructuras clásicas hasta sorprendentes figuras escultóricas que parecían desafiar las leyes de la naturaleza. Cada rincón del jardín invitaba a la contemplación y a capturar en fotografías la esencia de su belleza. Tras sumergirme en ese microcosmos verde, emprendí el camino hacia la salida que conecta directamente con la icónica Avenida Reforma. Esta arteria, una de las más emblemáticas de la Ciudad de México, es mucho más que una vía de tránsito: es un corredor de historia, arte y modernidad. En su recorrido, numerosas rotondas albergan imponentes monumentos que narran distintos episodios de la historia mexicana, pero ninguno tan famoso como El Ángel de la Independencia. Al acercarme, me encontré con la majestuosa escultura dorada, que se erguía con una gracia casi celestial. Su postura, con una pierna elevada, alas extendidas y una corona de laurel en alto, simbolizaba la liberación y el triunfo. La cadena rota en su otra mano reforzaba el mensaje de emancipación, un símbolo poderoso en el corazón de la ciudad. Me tomé un momento para admirar su imponencia, reflexionando sobre el peso histórico que llevaba consigo. Mientras seguía mi camino por Reforma, mis ojos no dejaban de recorrer la arquitectura que se alzaba a ambos lados. Entre los modernos rascacielos y las estructuras más clásicas, la avenida se sentía como un testimonio vivo de la evolución de la ciudad. En el trayecto, también pasé por un mercado improvisado que se extendía a lo largo de varias cuadras. Su vibrante oferta de artesanías, joyería y antojitos típicos era un festín para los sentidos, un pequeño universo dentro del ajetreo citadino. Al final del día, regresé a casa con una satisfacción serena. Este paseo en solitario me había permitido no solo admirar la belleza de la ciudad, sino también conectar con ella de una forma más introspectiva. La noche buena se acercaba.

V. Familia y hallacas

Tres personas sonriendo junto a un árbol de Navidad blanco con adornos rojos y regalos, en una sala acogedora por la nocheLa víspera de Nochebuena estuvo marcada por una tradición tan arraigada como entrañable: la preparación de hallacas. Este plato, insignia de la navidad venezolana, es mucho más que una receta; es un ritual que une a la familia en torno a la cocina, uniendo generaciones a través de la memoria y el sabor. Si bien todos colaboramos, debo admitir que mi participación inicial fue modesta. Mi primer encargo fue limpiar las hojas de plátano, un paso fundamental, pues estas serán la envoltura que protegerá la masa y su relleno. Fue un proceso meticuloso, casi meditativo, que me permitió sumergirme en la importancia del detalle dentro de la cocina tradicional. Más tarde, nos sentamos en la mesa: mi madre, mi hermano, una prima y yo. Entre risas y conversaciones, cada quien asumió un rol en la preparación: extender la masa, distribuir el guiso, doblar con cuidado cada hallaca. Mi tarea final fue amarrarlas, un arte en sí mismo. La tensión debía ser la justa: lo suficientemente firme para que se mantuvieran selladas durante la cocción, pero sin llegar a romper la hoja. Para ser mi primera vez, el resultado fue satisfactorio pues ninguna se abrió en el agua hirviendo. Tras dos horas de cocción, el aroma anunció que estaban listas. El 24 de diciembre, con el espíritu festivo en su punto álgido, disfrutamos del esfuerzo conjunto. La cena estuvo acompañada del calor familiar, y tras la comida, nos reunimos bajo el árbol de Navidad para abrir los regalos. La alegría se extendió hasta bien entrada la noche. El día de Navidad fue un contraste perfecto. Después del ajetreo de la víspera, el 25 transcurrió en una calma absoluta. Nos entregamos al descanso, disfrutando de la tranquilidad y del placer simple de estar juntos, sin prisas ni obligaciones. Fue un cierre perfecto para una celebración que, más allá de los sabores, se trataba de la familia y el tiempo compartido.

Silueta del volcán Popocatépetl al atardecer con humo resplandeciente y árboles en primer planoVI. Val’Quirico, un pueblito mágico

El 26 de diciembre emprendimos un viaje a un destino singular: Val’Quirico, un pintoresco complejo turístico ubicado en el estado de Tlaxcala. Mientras avanzábamos por la carretera, el paisaje nos regaló una vista imponente: los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl, eternos guardianes de la región, se alzaban majestuosos en el horizonte. Estos colosos naturales no son solo maravillas geográficas, sino también protagonistas de una leyenda ancestral. Se dice que Popocatépetl, un valiente guerrero, amaba profundamente a la bella Iztaccíhuatl. Sin embargo, su amor fue puesto a prueba por el padre de la joven, quien le exigió regresar victorioso de la guerra antes de permitir su matrimonio. Un rival celoso propagó el falso rumor de la muerte de Popocatépetl, lo que llevó a Iztaccíhuatl a sucumbir a la tristeza y fallecer. Al regresar y encontrarla sin vida, Popocatépetl la llevó a lo alto de una montaña, encendió una antorcha y juró velar por ella por la eternidad. Los dioses, conmovidos por su amor, los transformaron en montañas: ella en la silueta dormida del Iztaccíhuatl, “La Mujer Dormida”, y él en el Popocatépetl, que hasta hoy sigue humeando como símbolo de su eterna vigilancia. Finalmente, llegamos a Val’Quirico, un pequeño y encantador poblado que emula el estilo medieval toscano. Sus calles empedradas, edificios de arquitectura rústica y balcones decorados con flores nos transportaban a un escenario digno de un cuento de hadas. Al estar en plena temporada decembrina, el ambiente era mágico, luces intermitentes adornaban los callejones, formando un cielo estrellado artificial que aún así transmitía calidez y nostalgia. Pasamos la noche en el lugar, disfrutando de su atmósfera y explorando sus rincones llenos de galerías, tiendas de artesanía y eventos culturales. Al día siguiente, antes de partir, almorzamos en un restaurante especializado en carnes exóticas. Me aventuré a probar la carne de cocodrilo, cuyo sabor y textura sorprendentemente me recordaron al pollo. También degusté la carne de avestruz, más cercana en sabor a la res de lo que habría imaginado. Con el paladar satisfecho y la memoria llena de imágenes inolvidables, emprendimos el regreso a la Ciudad de México, llevando con nosotros la esencia de un rincón que, aunque artificial, lograba capturar la magia de tiempos pasados con una autenticidad encantadora.

VII. Centro histórico

Calle concurrida en el Centro Histórico de Ciudad de México con peatones, semáforos y edificios históricosYa en los últimos días de mi viaje, decidimos visitar a una tía que no había tenido la oportunidad de ver antes. Sus tres pequeñas hijas, nacidas en México, eran un rostro nuevo para mí, pues nunca habían viajado a Venezuela o Colombia. Fue un encuentro lleno de alegría y curiosidad, marcado por risas y relatos compartidos durante el almuerzo. Luego de esa grata reunión, me dirigí con mi madre al corazón histórico de la ciudad. La noche de mi llegada a México había estado en la Plaza Garibaldi sin ser consciente de cuán cerca estaba del centro histórico. Solo hasta el 29 de diciembre, caminando por sus calles con mi madre, entendí la magnitud y el encanto de este sector de la ciudad. Nuestra primera parada fue el Zócalo, una de las plazas más grandes y emblemáticas del mundo. Desde allí, se erguía imponente el Palacio Nacional y la majestuosa Catedral Metropolitana de la Ciudad de México. Sin embargo, un evento con carpas y tarimas impedía ver completamente la explanada en su grandeza. Desde el Zócalo, tomamos la Avenida Francisco Madero, una vibrante calle peatonal flanqueada por hoteles, palacios, templos, galerías y tiendas. En su recorrido, la Torre Latinoamericana se perfilaba en el horizonte, con su reloj destacando entre los edificios. Cada paso por esta avenida revelaba fragmentos de la historia de la ciudad, en un contraste fascinante entre lo antiguo y lo moderno. Al llegar al Palacio de Bellas Artes, quedé maravillado por su imponente arquitectura y las esculturas que lo adornaban. Su presencia en medio de la ciudad es imponente, una joya cultural que resplandece en su entorno. Lamentablemente, el museo ya había cerrado, por lo que nos conformamos con recorrer su exterior, admirando cada detalle de su elaborada estructura y de la plaza que lo rodea. Para cerrar la jornada, volvimos a la Plaza Garibaldi. Esta vez, con cámara en mano, capturé algunos momentos dentro del legendario Salón Tenampa, un lugar que había conocido en mi primera noche en México pero que ahora exploraba con más atención. Entre fotos y tragos, la noche transcurrió en un ambiente de celebración y nostalgia. Fue en ese momento cuando realmente comprendí lo interconectado que estaba el centro histórico con mis primeras impresiones de la ciudad: un tejido de historia, música y tradiciones que había enriquecido mi viaje de una manera inesperada.

Obra de arte en mosaico de la Dama de la Justicia con una espada y una balanza en el Museo Soumaya en Ciudad de MéxicoVIII. El día previo

En la víspera de mi vuelo de regreso, decidí aprovechar al máximo el tiempo que me quedaba en México. Acompañado de mi hermano, nos dirigimos a Polanco, una de las zonas más sofisticadas de la ciudad. Nuestro primer destino fue el Museo Soumaya, un imponente edificio con una arquitectura singular, cuya silueta es inconfundible incluso a la distancia. El interior del museo albergaba una impresionante colección que recorría diferentes periodos artísticos. Desde esculturas Greco-Romanas y Renacentistas hasta intrincados colmillos de elefante tallados con un nivel de detalle abrumador, cada piso ofrecía una nueva sorpresa. Con seis niveles repletos de arte, explorar cada exposición en profundidad requería más de un día. Para cuando llegamos al cuarto piso, ya solo dábamos vistazos rápidos a las obras, tratando de absorber lo más posible en el tiempo que teníamos. Al salir del museo, nos dirigimos al Acuario Inbursa, un espacio fascinante que me dejó maravillado. Lo más impactante fue la gigantesca pecera con un túnel de vidrio que permitía caminar bajo el agua mientras pequeños tiburones nadaban sobre nuestras cabezas. Fue una experiencia inmersiva, como si estuviéramos dentro del océano mismo. También nos encontramos con pingüinos y tuvimos la oportunidad de alimentar a unas mantarrayas, cuya extraña forma y bocas peculiares resultaban casi de otro planeta. El regreso a casa estuvo acompañado de una exploración gastronómica improvisada. En los puestos callejeros, probé una variedad de antojitos típicos. La torta de jamón, que en realidad es un emparedado, fue una delicia sencilla pero sabrosa. Los chilaquiles, tortillas de maíz tostadas y troceadas, bañadas en salsa verde, cebolla y carne, ofrecieron un festival de sabores picantes. Finalmente, las quesadillas fritas, similares a las empanadas colombianas, sorprendieron por su textura crujiente y su relleno abundante. Cada bocado era un recordatorio de la riqueza culinaria mexicana. Con el estómago satisfecho y la nostalgia comenzando a hacer efecto, volvimos a casa. Apenas unas horas después, estaría de nuevo en Colombia, dejando atrás una ciudad que me había envuelto con su historia, su gente y sus incontables maravillas. El viaje llegaba a su fin, pero los recuerdos perdurarían por mucho tiempo más.

IX. De vuelta en el país Muisca

El viaje llegó a su fin, pero su huella quedó grabada en mis recuerdos. Cada rincón visitado, cada comida saboreada y cada historia compartida con mi madre y mi hermano fueron tesoros invaluables que atesoraré por siempre. México me recibió con los brazos abiertos, mostrándome su grandeza en cada calle empedrada, en cada plaza rebosante de vida y en cada plato que contaba su propia historia culinaria. Regresar a mi tierra, al país de los Muiscas, me llenó de reflexiones. Viajar no solo es desplazarse de un lugar a otro, sino expandir los límites de la comprensión. Conocer el mundo es asomarse a nuevas culturas, es entender las distintas formas de vida que existen más allá de nuestras fronteras. Cada experiencia transforma la manera en que percibo mi propia realidad, despertando una curiosidad insaciable por lo desconocido. Ahora, con el corazón repleto de memorias y la mente inquieta por futuras travesías, sé que este no será mi último viaje a tierras mexicanas. Aún queda mucho por descubrir, muchas historias por escuchar y muchos sabores por probar. Con la certeza de que cada viaje deja su huella, miro hacia el horizonte, sabiendo que la aventura nunca termina, sino que se transforma en parte de lo que somos.

Nuestros gatos, nuestra familia: Token y Cash

En nuestra casa, somos cuatro miembros: mi pareja, yo y nuestros dos adorables gatos, Token y Cash. Para nosotros, no son solo mascotas, son una parte fundamental de nuestra vida, compañeros leales que nos han enseñado tanto sobre el amor, la responsabilidad y la felicidad en los pequeños momentos. Si alguna vez has tenido el placer de compartir tu vida con un gato, sabrás exactamente de qué estamos hablando.

Token: La reina de la casa

Retrato de Token, una gata atigrada relajada junto a la ventanaToken llegó a nuestras vidas cuando tenía apenas tres meses, un regalo lleno de energía y vitalidad. Es una hermosa gata tricolor, con tonalidades de amarillo, blanco y negro, y una personalidad tan vibrante como sus colores. Desde el primer día, su naturaleza juguetona y activa se hizo evidente. Adora saltar alto cada vez que jugamos con ella, especialmente cuando usamos su juguete favorito: una cuerda que nunca parece cansarse de perseguir. Hay algo muy especial en verla saltar con agilidad por el aire, como si desafiara la gravedad en cada salto. Pero si hay algo que la vuelve loca de verdad, son los insectos. Basta que un pequeño intruso se cuele en la casa para que Token entre en acción, completamente concentrada y lista para cazar. A pesar de su energía, también tiene un lado tierno. Le gusta estar cerca de nosotros, ya sea acurrucada a los pies de la cama, en la almohada junto a nuestras cabezas o sobre nuestras piernas. Aunque le encantan las caricias, hay que dosificarlas; es independiente y siempre marca los límites. A veces, una leve caricia es suficiente para ella, mientras que otras veces prefiere estar tranquila a su manera.

Cash: El cariñoso consentido

Cash es nuestro segundo gato, un hermoso felino negro que adoptamos cuando tenía apenas dos meses. Era el más pequeño de su camada, y su fragilidad nos conquistó desde el primer momento. A Token, en cambio, le costó un poco aceptarlo, pero una vez que lo hizo, su instinto maternal despertó. Para entonces, Token tenía seis meses y, aunque también era joven, asumió el papel de hermana mayor de una forma enternecedora. Ver cómo Token cuidaba de Cash fue algo increíble. Ella lo protegía, jugaba con él y lo limpiaba como si fuera su propio hijo. Desde entonces, Cash se convirtió en el consentido de la familia. A diferencia de Token, que puede ser más precavida con los extraños, Cash no tiene reservas; se lanza a los brazos de cualquiera buscando caricias. Es el gato más sociable y cariñoso que jamás hemos conocido. Sin embargo, nuestro querido Cash ha tenido algunos problemas de salud. Con el tiempo, ha engordado considerablemente, algo que el veterinario atribuye a la castración. Esto nos ha llevado a controlar su alimentación y a asegurarnos de que ambos, tanto Cash como Token, hagan suficiente ejercicio jugando. Pero Cash sigue siendo nuestro bebé mimado, el que duerme entre nuestras piernas o acurrucado en nuestros brazos, como si fuera un pequeño felino en busca de protección y cariño.

Retrato de Cash, un gato negro con ojos verdesLecciones de amor y responsabilidad

Nuestros gatos nos han cambiado la vida de formas que nunca imaginamos. No solo nos han hecho más responsables, sino también más atentos y amorosos. Nos han enseñado a estar más presentes, a cuidar y a preocuparnos por otro ser vivo. Cada día con ellos es un recordatorio de lo afortunados que somos de tener su compañía. En los momentos difíciles, su presencia ha sido una fuente de consuelo inigualable. Hay algo mágico en cómo un simple ronroneo o el calor de un gato dormido a tu lado puede disipar las preocupaciones del día. Y en los momentos buenos, su energía y su alegría nos llenan de felicidad. Verlos jugar, correr por la casa o acurrucarse el uno con el otro es un espectáculo que nunca nos cansa.

Un hogar lleno de amor felino

Una de las cosas que más amamos es ver la relación entre Token y Cash. Aunque sus personalidades son muy diferentes, han desarrollado un vínculo inquebrantable. Se acompañan, juegan juntos y, aunque de vez en cuando haya algún roce (como en cualquier familia), se quieren profundamente. Nunca están solos porque se tienen el uno al otro, y nosotros tenemos el privilegio de ser parte de esa pequeña comunidad felina. Token y Cash no solo han hecho de nuestra casa un lugar más cálido y acogedor, sino que nos han enseñado que la familia no siempre se mide en términos humanos. Para nosotros, nuestros gatos son como hijos, y los amamos con todo nuestro corazón. Cada día con ellos es una nueva aventura, llena de amor, juego y, sobre todo, gratitud por tener la oportunidad de compartir nuestras vidas con dos seres tan especiales.

La creación de este blog: Mi espacio para la pasión y el desarrollo

En el mundo actual, tener una presencia en línea no solo es una herramienta poderosa a la hora de compartir conocimientos, experiencias, o cualquier cosa, sino que también es una excelente manera de poner en práctica y demostrar habilidades técnicas. Con esta dualidad en mente, decidí embarcarme en la creación de mi propio blog. Este proyecto no solo representa un espacio personal para expresar mis pensamientos y compartir mis aventuras, sino también una plataforma para afianzar y exhibir mis competencias en HTML, CSS y JavaScript.

Motivación detrás de la creación

La decisión de crear un blog surgió de la necesidad de encontrar un equilibrio entre mi pasión por la programación y mi amor por la fotografía, especialmente la de naturaleza. Quería un lugar donde pudiera combinar estos intereses de manera coherente y atractiva. Además, reconocí que desarrollar un blog me ofrecía una oportunidad invaluable para profundizar en el aprendizaje de lenguajes de marcado y estilos, así como en la propia programación con JavaScript.

Compartiendo mis fotografías y aventuras de viaje

Uno de los pilares de mi blog será la fotografía, siempre he encontrado en ella una manera de capturar momentos especiales, paisajes impresionantes y recuerdos inolvidables. Este blog me brinda la plataforma perfecta para compartir estas imágenes, acompañadas de relatos detallados sobre cada experiencia. Cada artículo de viaje no solo presentará fotografías de alta calidad, sino que también incluirá reflexiones personales, consejos útiles y lecciones aprendidas en el camino. Este enfoque no solo enriquece el contenido, sino que también creará una conexión mas profunda con ustedes, mis lectores, permitiéndoles vivir mis aventuras a través de mis palabras e imágenes.

Planes de mejora continua

Reconozco que el mundo del desarrollo web está en constante evolución, y por ello planeo mejorar mi blog de manera progresiva, aprendiendo cada vez mas en el camino, entre las principales mejoras que iré aplicando está la optimización para SEO, aumentando la visibilidad de este blog, funcionalidades avanzadas como comentarios, suscripciones por email y una galería de imágenes interactivas. También haré uso de git para mantener un control de versiones óptimo, y probablemente lo subiré a un repositorio público en la web, como Git-Hub, garantizando así mantener un respaldo y un manejo de actualizaciones estable. Estoy emocionado por el futuro de este proyecto y por las innumerables posibilidades que se predentan a medida que continúo aprendiendo y evolucionando en el campo del desarrollo web. Invito a todos a seguir este viaje conmigo, explorando nuevos horizontes tanto en la tecnología como en el mundo que nos rodea.

Entre historia y naturaleza: Un viaje fotográfico por Suiza, la República Checa y Alemania

Zúrich: La puerta de entrada a la aventura

Vista panorámica del Lago de Zúrich tomada desde la Torre Uetliberg en SuizaEn junio de 2024, tuve la oportunidad de realizar un viaje que dejó una huella imborrable en mi memoria. Mi aventura comenzó en Zúrich, Suiza, una ciudad donde modernidad y naturaleza conviven en perfecta armonía. Pasé cinco días explorando Zúrich, tiempo suficiente para disfrutar de algunos de sus lugares más emblemáticos. Uno de los sitios que más me impresionó fue el Park Seleger Moor, un parque natural que parece un cuadro vivo, donde las flores y la vegetación se despliegan en una explosión de colores y aromas. Los rododendros y azaleas se extienden por todas partes, creando un ambiente de ensueño que me hizo sentir como si estuviera dentro de un jardín secreto. Otro momento inolvidable fue la visita al Üetliberg, conocido como la "montaña de la casa" de Zúrich. Desde su cima se obtienen vistas panorámicas impresionantes de la ciudad y de los majestuosos Alpes suizos, que parecen abrazar el horizonte con serenidad. El sendero hacia la cima está rodeado de vegetación exuberante, y la brisa fresca me acompañó durante toda la caminata, haciendo que el esfuerzo valiera la pena. Como parte del viaje, también nos dirigimos al norte para visitar la imponente cascada del Rheinfall, una de las más grandes de Europa. La fuerza del agua, el estruendo ensordecedor y el rocío en el aire evocaban una profunda sensación de pequeñez ante la inmensidad de la naturaleza. Observar el agua precipitarse sin cesar fue un recordatorio conmovedor del poder incontrolable de la naturaleza.

La República Checa: Liberec y Praga, contrastes y encanto

Después de esos días en Suiza, partí hacia la República Checa, donde exploré dos ciudades fascinantes: Liberec y Praga. En Liberec, pasé unos días recorriendo la región, disfrutando de su arquitectura distintiva y del ambiente tranquilo, un contraste evidente con la agitación de la capital. Durante mi estadía, visité la torre Ještěd, una maravilla arquitectónica que parece una nave espacial asentada en la cima de una montaña. Desde la torre se puede apreciar toda la región, con colinas verdes que se extienden hasta donde alcanza la vista, mientras el viento frío te envuelve y te conecta profundamente con el entorno natural. Puente de Carlos en Praga visto desde la distancia, con la torre gótica al fondoTambién visité el zoológico de Liberec, el más antiguo de la República Checa, donde tuve la oportunidad de ver especies raras, como el leopardo de las nieves. La disposición del zoológico, integrada en un entorno boscoso, te hace sentir inmerso en un pequeño ecosistema lleno de vida. Además, contemplé el Ayuntamiento de Liberec, un edificio con un espectacular diseño neorrenacentista que destaca por su elegancia y ornamentación detallada; sus fachadas decoradas y la imponente torre central son un testimonio de la grandiosidad arquitectónica del pasado. Posteriormente, llegué a Praga, una ciudad que parece sacada de un cuento de hadas. Sus calles empedradas, los edificios históricos con fachadas barrocas y góticas, y el río Moldava atravesándola crean un escenario verdaderamente mágico. Uno de los momentos más memorables fue la visita al Castillo de Praga, una imponente fortaleza que domina la ciudad desde lo alto, rodeada de jardines cuidados y pequeñas callejuelas llenas de encanto. Al caminar por sus patios y observar los detalles de la majestuosa Catedral de San Vito, sentí como si retrocediera en el tiempo. También recorrí el famoso Puente Carlos, cargado de historia y lleno de estatuas, donde cada rincón parece contar una leyenda diferente. Al cruzar el puente, pude escuchar a músicos callejeros y ver a artistas retratando la esencia vibrante de la ciudad. El centro de Praga es igualmente encantador, con sus plazas llenas de vida, donde turistas y locales se mezclan disfrutando de la cultura y la gastronomía checa. La Plaza de la Ciudad Vieja, con su icónico Reloj Astronómico, es el corazón palpitante de la ciudad, donde cada hora la gente se reúne para observar el desfile de figuras mecánicas del reloj, un espectáculo que parece haber detenido el tiempo. Un recuerdo inolvidable fue la visita a una tienda de dulces con temática de mina; la atención al detalle en la decoración y la variedad de dulces hicieron de la experiencia algo único. ¡Praga está llena de tiendas de dulces! Y cada una tiene su propio encanto, sobre todo tiendas con temática de piratas; ¡había demasiadas tiendas de piratas! Cada tienda parecía ofrecer una experiencia distinta, y la atmósfera creativa hacía que cada parada se sintiera como una pequeña aventura.

Turingia, Alemania: Historia y serenidad

Krämerbrücke, el icónico puente medieval con tiendas en Erfurt, AlemaniaDespués de cinco días en la República Checa, mi próximo destino fue Turingia, en Alemania. He tenido la oportunidad de visitar Alemania en varias ocasiones, y cada vez encuentro algo nuevo y fascinante. Aunque solo estuve allí tres días, fue suficiente para absorber la historia y serenidad que caracteriza a esta región. Los paisajes rurales, el intenso verdor de los campos y la sensación de que el tiempo transcurre más lentamente fueron perfectos para desconectar y disfrutar de la naturaleza. Turingia tiene un aire bucólico; los campos dorados se mecen al viento y los pequeños pueblos parecen detenidos en el tiempo bajo el sol. También visité la capital de la región, Érfurt, una ciudad llena de iglesias y con una arquitectura fascinante que captura lo mejor del estilo alemán. Recorrí el centro histórico, con sus calles adoquinadas y fachadas entramadas, y quedé impresionado por la majestuosidad de la Catedral de Santa María. Esta catedral gótica, con más de 1.200 años de historia, se alza sobre una colina, y al entrar, la altura de sus bóvedas y los vitrales intrincados que filtran la luz en tonos mágicos me sobrecogieron. Érfurt también es conocida por el Krämerbrücke, un hermoso puente cubierto de casas medievales que alberga tiendas de artesanos y galerías, dándole un aire casi de cuento. Finalmente, regresé a Zúrich para pasar seis días más antes de volver a Colombia.

Regreso a Zúrich: Reflexiones y fotografía

Ese tiempo en Zúrich lo dediqué a reflexionar, pasar tiempo con amigos y editar las fotografías de los lugares que había visitado y los momentos irrepetibles que viví. Cada una de esas imágenes llevaba consigo la historia de un momento especial, desde las montañas de Suiza hasta las bulliciosas plazas de Praga. El viaje fue una combinación perfecta de historia, naturaleza y cultura, y cada fotografía cuenta una historia propia. Este viaje me permitió no solo conocer nuevos lugares, sino también reflexionar sobre la diversidad de paisajes y experiencias que Europa tiene para ofrecer. Desde la tranquilidad verde de los Alpes suizos hasta la energía vibrante de Praga y la serenidad histórica de Turingia, cada destino dejó una marca imborrable en mí. Suiza, la República Checa y Alemania son destinos que recomendaría sin dudar a cualquier viajero apasionado por la cultura, la historia y la belleza natural.